Se establece la necesidad de buscar una convergencia de individuo y
grupo al que pertenece éste. Para ello, la escuela ha de buscar la
satisfacción de tres necesidades: Identidad personal, autoestima y
relación. Esto supone construir una escuela con verdadera función
social, que fomente la relación, la interacción y la colaboración, y que
se base en una coordinación del profesorado, en una metodología
centrada en el diálogo y en una directa intervención de los alumnos en
la selección y concreción de normas de conducta. Su materialización
supone concebir el contenido curricular como cultura pensada, y la
enseñanza como tarea comprensiva y reflexiva capaz de implicar a los
alumnos en los significados culturales. Todas estas premisas serían
inferencias que se desprenden de las variables que preocupan al
profesorado a la hora de intervenir en el logro de un clima de
convivencia.
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