Paul Watzlawick - El Arte de Amargarse la Vida

Paul Watzlawick - El Arte de Amargarse la Vida

Nuestro mundo en peligro de anegarsae una inundación de recetas para ser feliz no puede esperar más tiempo a que le echemos un cable de salvación… El Estado necesita con tanto empeño que el desamparo y la desdicha de su población aumente de continuo, que esta tarea no puede confiarse a los ensayos bien intencionados de unos ciudadanos aficionados. Como en todos los sectores de la vida moderna, también aquí­ se precisa una dirección pública.Llevar una vida amargada lo puede cualquiera, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende, no basta tener alguna experiencia personal con un par de contratiempos.”
Este libro de Paul Watzlawick se puede leer medio en broma y medio enserio. Es posible que el lector encuentre en este libro algo de sí­ mismo, a saber, su propio estilo de convertir lo cotidiano en insoportable y lo trivial en desmesurado.El psicoterapeuta o asistente seguramente sabrán leer entre lí­neas de estas páginas maliciosas mucho material que tiene un significado directo para el diálogo terapéutico: metáforas, viñetas, chistes, anécdotas socarronas y otras formas de hablar del “hemisferio derecho”, que son infinitamente más eficaces que las interpretaciones solemnes y graves de las actitudes erróneas de los humanos.Paul Watzlawick, nacido en 1921 en Villach (Garintia), estudió filosofí­a, filologí­a y psicologí­a. Se doctoró en 1949. de 1957 a 1960 fue profesor de psicoterapia en El Salvador; desde 1960 trabaja en el Mental Research Institute de Palo Alto (California). Desde 1976 es también profesor de la Universidad Stanford.
La historia del martillo

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta el martillo. El vecino tiene uno. Así­, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraí­do. Quizás tení­a prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí­. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejarí­a enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos cómo éste le amargan a uno la vida. Y luego todaví­a se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo. Así­ nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir “buenos dí­as”, nuestro hombre le grita furioso: “¡Quédese usted con su martillo, sopenco!”
Paul Watzlawick es colaborador del Mental Research Institute de Palo Alto y profesor emérito de la Universidad de Stanford, además de autor de obras como ¿Es real la realidad?, Teorí­a de la comunicación humana o El lenguaje del cambio.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el blog, me pregunto si tendrás el enlace a ese libro? me interesa leerlo, gracias y saludos desde Chile.

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